lunes, 16 de mayo de 2016

El encuentro entre la nube de pedo y la canoa de la laguna de los programas de la tarde.

El de la foto es Antonio. Antonio con esas manos ya medio torcidas supo levantar casi un imperio de las baterías junto a su hermano, supo armar heladeras que siguen funcionando hasta hoy en día. Aficionado a las películas de guerra y a la aviación el tipo. Algunas lenguas dicen que él me pasó ese entusiasmo por los aviones que hoy hace que yo esté en camino de ser piloto, aunque él no sabe que voy a ser piloto. Mi abuelo Antonio hace muchos años perdió su contacto con el exterior, la parte de su cerebro que lo relaciona con lo que lo rodea se dañó hace tiempo, aunque estoy seguro de que tiene su memoria de elefante intacta y que recuerda cada detalle de las cosas que le gustan. Tiene aspecto de no pasar el próximo invierno aunque ya hace varios inviernos a los que les viene cantando retruco el tipo, tenaz como el nieto, en lo que sea. Entre él y yo hay una laguna. Él va divagando en la laguna, llena de televisión con sus programas boludos de la tarde. Pobre, otra cosa no se puede hacer, no se lo puede tener sentado mirando a una pared. De vez en cuando su canoa choca contra alguna orilla o islote de racionalidad o sentido y algo expresa con su mirada, como fue hace un par de domingos. Yo venía en mi nube de pedo habitual y lo saludé medio al pasar, por respeto pero sabiendo que mi saludo caería en la mismísima nada. Ahí fue cuando pasé en el instante preciso, en el que me él conoció y me regaló esa sonrisa cómplice como la que le regala a mi hermana en esa foto. Fue efímero sí, pero mi abuelo me saludó de vuelta por unos instantes ese domingo luego de un par de años. Repentinamente sus ojos grises volvieron al televisor, a la nada, al mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido como diría Jorge Luis. Sus retinas débiles volvieron a la boludez de los programas de la tarde. Pero ya había sido más que suficiente. Me volví a mi departamento en Rosario con la ropa lavada, alguna que otra cosa rica para comer y una sonrisa de mi abuelo Antonio en el bolsillo, iba lleno ese bolsillo. Lleno como bolsillo de rico. Y el rico era yo.

1 comentario: