sábado, 8 de julio de 2017

El carbón rebelde.

Los negros, que hace cuatro siglos fueron cazados como animales en África, fueron transportados a las Américas como un commodity por el hombre blanco, quien por unas monedas de oro compraba un puñado de esta mercancía. Eran usados como carbón de una gigantesca máquina de vapor que había sido montada en el Caribe. Una máquina que devoraba hombres a latigazos y rigor y escupía tabaco, cacao, azúcar, oro y café hacia los centros de comercio europeo a un costo de producción casi nulo, una maravilla del mercado. Los europeos con semejantes ganancias desarrollaron sus ciudades cosmopolitas, verdaderos ejemplos de civilización para el mundo. Los negros después de tan provechosa aventura comercial no vieron siquiera el brillo de una moneda. Tampoco fueron devueltos a sus tierras. Fueron abandonados en los alrededores de la gigantesca máquina de vapor devoradora de hombres que también fue abandonada a medio oxidar en el Caribe. El hombre blanco había vuelto a Europa. Llegaban historias que contaban de una Revolución Industrial, el hombre blanco habia inventado una máquina de vapor que no necesitaba hombres, sino carbón mineral. A este carbón no había que azotarlo para que obedezca. 

Los negros del Caribe subsistieron, armaron sus ciudades imitando a Europa y empezaron a mostrar algunas virtudes además de la resistencia física que los había llevado hasta allí. Con el español que se olvidó el hombre blanco empezaron a cantar y así nació un producto mucho más valioso que todo el cacao, café, oro y tabaco que hubieran podido producir. Y a esto nadie se los iba a poder sacar. Ahora este carbón rebelde floreció en esta cultura sencilla especializada en hacer de una tarde cualquiera un momento especial. El fruto de estos negros vale muchísimo más que la moneda que los solía comprar.
    
                                           

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