sábado, 8 de julio de 2017

El traductor sí tiene quien le escriba


Hace un par de semanas, a causa de haber culminado mi vía crucis académico recibí un mail, pero un mail analógico como los de antes. Traía un montón de recuerdos de mi infancia y adolescencia, pero no era de esos recordatorios que envía Mark Zuckerberg, sino de alguien que me conocía mucho más de cerca y a quien yo le debo toneladas de parafina por todas las velas que le prendió a los santos para que a mi me vaya bien en los exámenes. Era una carta de mi abuela, no voy a ahondar en su contenido, pero sí en el hecho de recibir una carta. Pude inferir en la carta que una elegante caligrafía había sobrevivido al paso del tiempo y a los dolores de articulaciones de mi abuela, aunque habían dejado su rastro. También me di cuenta, en el hecho de recibir una carta de ella, que no le agarró la mano a la computadora que le instalamos en su casa, aunque eso me gustó también por otro lado. Me gustó porque se tomó el tiempo de cortar el papel, porque tengo algo de puño y letra, más que de teclado y tecla, porque ahora tengo una pequeña máquina del tiempo a la que me voy a subir en algún que otro día de lluvia, a la cual le voy a cargar unos mates calientes como combustible y voy a hacer un viajecito por los detalles que mi abuela recuerda de mí.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, Facundo. Cada vez más elegante y pulido tu estilo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Claudio. Tu crítica es buen incentivo. Saludos.

      Eliminar