jueves, 7 de febrero de 2019

Al tranco intelectual

La ciudad de Rosario tiene una cualidad que pocas ciudades gozan y es la de esconder aventuras, personajes inesperados o momentos memorables (buenos o malos) bajo alguna baldosa floja, a la vuelta de la esquina o entre las raíces que levantan el cordón de la vereda. Y a mi me pasó que encontré a un profesor mío camino a casa cuando yo andaba errando con pocas ganas de volver a mi casa. Una alegría repentina nos tomó a ambos por asalto y nos pusimos a hablar largo y tendido, como si fuéramos dos viejos amigos. Admiro a mucha gente que me ha formado en diversos aspectos porque han hecho notar mi ignorancia. La ignorancia es como un corte de pelo feo: quien te lo hace notar no te está ofendiendo, te está haciendo un favor.


La charla con mi profesor ya nos tenía instalados en la vereda hacía un rato así que salimos a caminar. Empezamos a caminar hacia el parque y al llegar comenzamos a darle la vuelta a pleno peripatetismo. El rumbo de los pasos se había vuelto tan aleatorio como el tema de conversación. Daba la sensación de que si nos parábamos en algún punto específico del parque por donde habíamos pasado, hubiésemos sido capaces de retomar el tema que en ese punto habíamos estado tratando. En otras palabras, divagábamos tanto en campos geográficos como semánticos.


El tema de conversación o los pasos (a esta altura ya no sabía qué era realmente lo que nos orientaba) nos habían llevado hacia una gran avenida que comenzamos a transitar en movimiento rectilíneo y uniforme, esta vez al contrario de la conversación, que se descolgaba en sinusoides, aclaraciones apuntaladoras y argumentos azarosos. El tiempo era irrelevante, el paso apretado. Unas cuadras más adelante, para mi sorpresa me di cuenta de que el único paso que le podía mantener a mi profesor era el de los pies, porque si hablamos de intelecto, el mío había quedado exhausto, apoyando las manos sobre las rodillas y jadeando varios metros atrás.


Agradecí que las instancias de examen en donde nos encontrábamos hayan quedado en el pasado porque habría pasado vergüenza. Me sentí como esos periodistas que se quedan cortos frente a su entrevistado y terminan hablando de unos poquitos temas que es donde saben que pueden pisar con firmeza, aunque yo lo llevé con más dignidad. Me despedí sonriente aunque luego de dar la vuelta a la esquina mis ideas, conceptos y convicciones se desplomaron con alivio. Al rato puse la frente un poco más en alto y los pasos más seguros, ser un sparring intelectual de gente despierta no es poca cosa tampoco.

                                                                                      imagen: Aldo Luongo

2 comentarios:

  1. Facundo: Sos de otro mundo. Solo vos podés encontrar el modo de convertir un afectuoso encuentro en un texto magnífico. Qué gran premio fue conocerte.

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    1. Muchas gracias Claudio, no hace falta esforzarse mucho para escribir esto después de esas charlas tan interesantes!

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