domingo, 28 de noviembre de 2021

La bondiola de la discordia.

Un rato antes de las 6 de la tarde, cuando el pueblo se animaba a salir de la sombra y volvía a caminar por las calles, el canal Space anunciaba que en un ratito iba a empezar Desaparecido en acción (una de esas películas en las que Chuck Norris hacía en Vietnam lo que ningún soldado estadounidense había podido hacer en Vietnam). "Planazo", pensó el Vasco cuando apagó el televisor del taller. Le quedaban 15 minutos, sacó el cálculo: en 10 terminaba de instalar el carburador de ese cachivache y todavía le quedaban 5 para pasar por el autoservicio, comprar dos botellas de cerveza, una bolsita de maní con cáscara y llegar a casa justo a tiempo para una buena sesión de cine de acción barato. 

Venía embaladísimo con su plan, en tiempo récord entró al autoservicio, agarró dos botellas y con una bajo el brazo y la otra agarrada del cuello enfiló para comprar maní a la fiambrería sin escalas. El panorama que se encontró fue aterrador; había una cola larguísima y el mensaje desde el segundo en la fila fue pasando hacia atrás: la Norma estaba comprando fiambre, y no paleta como siempre, esta vez le estaban cortando una bondiola entera de a fetas. "¡Una bondiola! ¡Toda la vida compró paleta una vez al mes la vieja rata esta y justo hoy se le da por comprar bondiola!”, pensó el Vasco para sus adentros mientras la indignación lo consumía. 

Don Jorge le daba a la cuchilla giratoria con la seriedad y el temple de siempre frente a la mirada fiscalizadora de la Norma, que esperaba con la espalda rígida y los brazos cruzados mientras la bondiola caía del otro lado de la fiambrera en pétalos otoñales. Algunos impacientes abandonaban la espera, la cola se acortaba y Chuck Norris ya había asesinado a 14 vietnamitas en el canal Space. El Vasco ya venía igual de tibio que la birra que tenía abajo del brazo cuando quedó a un cristiano de distancia de la Norma. Alcanzó a escuchar en detalle sus reproches, que salían hirientes, con el mismo filo que la fiambrera. 

—La que faltaba acá, que haya que tener plata para que te pongan el separador entre las fetas. ¿Por qué no me ponés los separadores de feta a mí también? —despotricaba la mujer con ese tono de señora que nos incomoda a todos. Don Jorge miraba para abajo como perro que volteó la olla, continuaba deshojando la bondiola con el pulso de un francotirador. 

El Vasco tuvo que hacer fuerza para separar las aguas de esta cuestión; es cierto que a la Norma no la aguantaba y que era la vecina menos popular del barrio, pero esta vez tenía razón. Así que fue preparando unos argumentos de educación cívica sobre igualdad de la ciudadanía como para justificarla y efectuar un disparo para el lado de la justicia. La Norma agarró el paquete con furia, la última feta cayó sobre el acero, salió con paso apretado y, sin saludar, enfiló para la salida frente a la mirada absorta del resto de la clientela.  

Llegó el turno del Vasco: 

—Buenas, ¿me das 300 gramos de maní con cáscara? 

Don Jorge procedió a cargar el maní de a puñados con la izquierda mientras la ira se expresaba en la derecha haciendo temblar la bolsita, los maníes del interior vibraban con fuerza. El Vasco sabía que, como estaba la cosa, ni el mismísimo Chuck Norris, que para esta altura ya iba matando 70 vietnamitas, se iba a animar a hacerle algún planteo a Don Jorge. 

El fiambrero le extendió la bolsa al mecánico y este último se sobrepuso al temor y le dijo: 

—Che, Jorge, yo sé que a la Norma no la podemos ni ver, pero que sea una vieja amarreta no quita que ustedes le estén negando el servicio que le dan a todos los demás clientes que vienen acá. ¿Cómo van a escatimar en unos separadores, justo ahora que se jugó a comprar un a bondiola? 

Don Jorge apoyó los nudillos de las dos manos sobre el mostrador en posición de bulldog. Con los ojos llenos de várices y casi sin mover la mandíbula masculló: 

—Es que usted no entiende, don Usandizaga, la bondiola se la trajo ella. 






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